viernes, 5 de marzo de 2010

Horizontes perdidos

En la España de mi infancia la de los años 60, la de la dictadura de Franco en la que imperaba el nacional-catolicismo y en la que la religion Católica, Apostólica y Romana dominaba todos los ámbitos de la vida, el resto de las religiones nos llegaba de una forma un tanto extraña. Desde la escuela y la catequesis nos presentaban a sus seguidores como una pobre gente destinada  a pasar toda la eternidad en el terrible infierno por no creer en el dios verdadero. El judaísmo era visto como la religión cuyos seguidores habían matado a Cristo, el islamismo como aquella que quería acabar con el cristianismo y de los que ya nos habíamos liberado gracias a uno de los proyectos mas ilustre que jamás hayamos realizado como españoles y católicos: la Reconquista. De la religiones orientales apenas las imágenes de Buda o Confuncio.

Mis primeros recuerdos sobre alguna vaga noción del budismo fue a través de una película de Frank Capra "Horizontes perdidos" que echaron en la televisión de la época. Se basaba en una novela de James Hilton que posteriormente leí, en ella un grupo de extranjeros después de un accidente aéreo llegaba al monasterio tibetano de Shangri-La (basado en la mística ciudad budista de Shambhala) que se encuentra en un valle paradisíaco oculto en las altas montañas del Himalaya y de difícil acceso, en el que reina la paz, la armonía, la sabiduría y la felicidad gobernado por un Gran Lama, posteriormente veremos que como todas las utopías existe el lado oscuro. En la película entre otros aparece reflejado el encuentro y desencuentro del Oriente Espiritual y el Occidente Materialista. A través de las conversaciones y encuentros entre el protagonista Conway, Chang y el Gran Lama del monasterio se despertó mi interés por las enseñanzas del budismo tibetano y su filosofía de vida a pesar de que este Shangri-La fuese más hollywoodiense que tibetano. 


Para la mentalidad de un niño de la época todo lo que aparecía en la película era fascinante, las grandes montañas, el idílico valle, la aventura por aquellos desconocidos paisajes, la búsqueda de la felicidad, la armonía, la espiritualidad tan alejada de la que se daba por estos lugares, allí estaba la utopía que todos buscaban.


Posteriormente con el paso de los años bastantes veces he recordado esta película que despertó en mí la curiosidad por la espiritualidad  y las religiones orientales y sirvió como   estímulo en la búsqueda de mi Shangri-La particular, lugar que quizás se encuentre dentro de uno, y tenga que acceder a través del difícil camino del autoconocimiento y desarrollo personal. .


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